Porque diablos me miran con esa cara?. Ese tipo con su cara de idiota me mira. Deberia acercarme y darle un pellizco en los cachetes, retorciéndoselos con toda mi alma, y luego irme, como si nada.
La gente me da ascopena. Todas esas caras distintas… ¿No es obsceno? ¿No es repugante pensar que todas las caras que llenan las calles, esas hordas de rostros confusos, nunca se repiten? Millones de combinaciones, cada una mas repulsiva que otra. Cientos de millones de orejas sucias, miles de millones de pelos en la nariz, cientos de miles de millones de granos. Y nunca iguales. Todos sorprendentes en su horror y en su realidad brutal.
Siento vértigo. He visto caras horrorosas, y encima me han mirado, con sus ojitos llorosos y su mirada de pena; pero eso no es nada.
Hay millones de caras en este mundo; tantas, que sería imposible verlas en una vida.
Es como si fueran infinitas. Por eso no me atrevo a moverme de aquí. No puedo salir de estas cuatro paredes.
No existe un límite en el horizonte del pánico. Jorge V., hasta ahora una de la personas a las que yo consideraba más repugnantes y odiosas, con sus labios gorditos, su mirada esquiva y su cara de pene –su cara me recuerda a un pene-, ya no es nadie desde esta nueva perspectiva; existen millones de caras más horribles que la de Jorge V. esperándonos a la vuelta de la esquina, con la sonrisita más estúpida, la nariz mas afilada o con el corte de pelo mas perdedor.
Estamos en manos de una combinación infernal.
Hannibal Lecter, el protagonista de ‘’El silencio de los inocentes’’, sufria de la misma inquietud hacia los rostros de la gente. Lo que pasa es que cuando se encontraba con alguien que no le generaba confianza le comia la cara a mordiscos. Lecter es un tipo inteligente, culto, delicado en sus maneras; su mente trabaja incansablemente las veinticuatro horas del dia resolviendo enigmas inexplicables, no es justo que pierda un solo minuto de su vida soportando la presión que ejercen todos esos rostros húmedos que nos miran impunemente, y es lógico que quiera liberarse de alguna manera. Comerse la cara de la gente tiene que aliviar bastante. Lo bueno es que comiéndose la cara de Jorge V. no solamente sentiría un gran alivio sino que además evitaría de una vez por todas que exhiba por todos lados de una manera tan vergonzosa su rostro bochornoso.
Ahora mismo pienso que no haría falta, pero sin embargo, mencionare que Jorge V. maneja un estilo patético. Aun recuerdo, era un Martes, entro a clase y como si me hubiera tirado a la madre del mismísimo diablo, frente a mi estaba el peor de los castigos, la única silla libre estaba al lado de Jorge V., miro para abajo, desanimado, con desaire, y me encuentro con que Jorge V. lleva puestos unos mocasines negros de cuero y no está usando medias. Creo que esto es suficiente, asi que no entrare más en detalles de su persona.
Volviendo, por el lado de Hanibbal Lecter, muy bien por él.
Pero Jodie Foster me pone mal. Con su carita de niña sufrida y estudiosa. Jodie Foster es esa clase de mujeres desagradables que no leen ni el horóscopo y deciden hacerse las inteligentes para disimular un poco. Suelen tener pelo liso y les gustan las gafas y las faldas de pana.
No entiendo qué interés puede tener Lecter en descubrir que oculta el pasado de Foster, porque todos sabemos que es un pasado mediocre y ñoño.
Lecter debió haberse comido la cara de Foster apenas hubiera tenido la oportunidad, y después escupirla a la cámara.
Creo que tengo que definir ascopena, un concepto fundamental pata comprender la realidad.
Yo creo que hay cosas y personas y programas de televisión que dan ascopena.
Ascopena es asco, repugnancia mezclada con pena, compasión, con la tristeza de saber que eso que está al frente tuyo existe y que tú no puedes nada para remediarlo, o simplemente no te dan ganas de hacer nada por remediarlo. Algunos sienten miedo y asco. Yo siento asco y pena.
Lo peor de los malos sentimientos es que son mucho más reales que los buenos. El amor es algo confuso, inaprensible. Durante siglos, escritores, poetas, incluso filósofos de gran talla intelectual, han intentado definirlo con un éxito bastante relativo. Pero el contrario, el odio es algo tan claro que no es necesario explicarlo, se presenta en nuestra mente sin dificultad.
Yo tuve una época en que me daba asco el fútbol. Odiaba el sonido y el color del futbol. Ese sonidito del comentarista, ese ronroneo de nombres, el tono de voz que va subiendo paulatinamente conforme se acercan los jugadores a la cancha, el grito final, tan estúpido y molesto… Odiaba el color de la pantalla, toda verde, con unos puntitos de colores moviéndose de un lado para el otro. Odiaba entrar a un lugar y ver que estaba lleno de gente mirando un punto fijo en el techo. Creo que el único culpable es el país en el que fui criado, con una televisión mediocre y un futbol nefasto, sin embargo de esto no hablare ahora, asi que si odio algo, hoy en dia, son los hippster, odio también a cualquier persona con pensamiento polarizado y a los ancianos con narices supuradas, llenas de venas y con dedos amarillos.
Pero ascopena es otra cosa, es mucho más sutil, un sentimiento mas pegajoso y terrible. El odio es ganas de exterminar, arrasar, de aniquilar algo que no debería existir. El sujeto se separa del objeto odiado de una manera radical. Pero al sentir ascopena nos vemos implicados con el objeto, como si nuestro sentimiento, al alcanzar el otro –lo absolutamente otro-, chocara con él y nos salpicara, manchándonos de horror.
Los invito a que investiguen, en lo más oscuro de su interior. Analicen su alma, esa ropa limpia que les dio su madre y que ustedes, de tanto usarla, han llenado de mugre. Piensen en lo que les da miedo, en lo les quita el sueño. Nunca se trata de algo ajeno; normalmente nos acobarda lo que, afuera de uno mismo, nos pertenece. No hay nada pero que verse desde afuera, descubrirse en los demás, ver mi mierda proyectada en otros. El enemigo real es ese tipo que se parece a mi, que comete mis mismos errores, distorsionados por la distancia, aumentados grotescamente como en un espejo de parque de diversiones. Por eso lo odio. ¿Cómo se atreve a exhibir descaradamente eso que yo oculto avergonzado desde hace años?
Mucha gente me da ascopena. Un vendedor ambulante, por ejemplo.
Nos encontramos en un semáforo, confiado en que la luz verde se prenda lo más rápidamente posible. De repente sale de la nada un tipo sucio con pinta de yonki. Lleva una chaqueta de cuero, la prenda oficial de los hipsters, yonkis modernos y personas desesperadas. Es posible que nos amenace con una jeringa o algo peor. Tenemos miedo. Tenemos miedo porque ese canalla que se acerca no huele bien, no lo conozco de ningún lado. No tiene nada. Subimos el vidrio del carro, por si acaso. Habla con el de adelante mostrando lo que vende. Se trata de unas pulseras asquerosas. No hay manera de impedir que se acerque, a no ser que lo atropellemos –durante unos segundo lo pensamos seriamente-. El tipo de adelante lo rechaza. El ser se dirige hacia nosotros. Miramos su cara –una nueva cara llena de matices- y nos desagrada tanto que quitamos la mirada.
La mirada es la clave. Si lo miramos –al de las pulseras, al pobre que vende dulces o al hippie de la flauta- estamos perdidos, porque hemos reconocido su existencia. Te miro porque estás ahí. No eres fondo, un fondo amorfo, sin precisar; eres forma, eres algo concreto que yo miro, y con mi mirada te doy vida. Atención, solo necesitan esa fracción de segundo en la que nuestra mirada choca con la de ellos para inyectarnos su veneno y ya no podemos escapar. Nos quedamos paralizados.
El ser mueve sus pulseras delante de nuestros ojos. Solo quiere venderlos, no más. Por lo menos no pide dinero por la cara, como muchos otros. Un instante antes nuestro corazón albergaba miedo y asco; ahora se ensucio de algo mucho peor: lastima.
Abrimos la ventana y le damos 2 mil pesos. Durante una fracción de segundo tocamos la palma de su mano –llena de virus-. Nos contenemos de apretar su mano y cerramos la ventana. El ser murmura algo que entendemos como muchas gracias.
El peligro ha pasado, pero algo no está bien. Con la pulsera en la mano, sentimos en nuestro interior que la larva del ascopena se agita violentamente, comiéndonos las entrañas.
Cierro esto con una idea. El otro día me contaron un chiste muy bueno. Llega una niña y le dice a su mamá: ‘’Mamá, mamá, mira como bailo!, aprendi a bailar cumbia!’’ Y la mama le dice : ‘’Muy bien hijita, pero bájate la falda porque se te ve la silla de ruedas’’. Pienso que podría ser un comercial de 20 segundos para poner en la televisión. Tendría que estar iluminado y decorado igual que un sorteo de la lotería, tipo Baloto. Así el pellizco de dolor moral que provoca atacaría a la audiencia totalmente desprevenida.
¿Usted les da 2 M I L Pesos a los degenerados de la calle???????????????????????????????????????????????????????
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